lunes, 30 de junio de 2008

EL ELEFANTE BLANCO


Soy un elefante blanco. Soy el único entre miles de elefantes. Mis padres eran unos elefantes africanos normales. Cuando me di cuenta de mi color lloré mucho. No porque fuese de color blanco, sino porque comprendí la razón por la los otros elefantitos me rechazaban y se burlaban de mí. Me decían “chupetón de coco”, “leche cruda con trompa”, “pizarra acrílica con patas”, “mazamorra desteñida” y otros apelativos que me da vergüenza decirlos. A pesar de todo lo malo que me ocurrió debo confesar que siempre me sentí orgulloso de tener el color que tengo.

Cuando crecí me llevaron a un hermoso palacio y tenía a cinco personas que se preocupaban por mí: un médico veterinario hindú, dos hermosas mujeres que me colocaban unos atuendos de seda y cuero con muchas piedras preciosas, un joven albino que se encargaba de mantenerme limpio y un muchacho gordito que me traía la mejor comida del reino.

A pesar de todas las comodidades que tenía no era feliz porque no podía ser libre. Recordaba los días cuando me sumergía en el río y llenaba mi boca de agua y luego la lanzaba hacia los árboles en donde jugaban los monos. Recordaba los días en que la lluvia caía a montones sobre mi lomo; también, cuando los mosquitos jugaban a escaparse del batir mis enormes orejas. Extrañaba ese maravilloso concierto de sonidos que se producía al amanecer y al atardecer. Ahora tenía todo, pero no era feliz.

Un día decidí escaparme y para mi mala suerte, me atraparon unos hombres blancos como yo. Me vendieron a un circo europeo y me pusieron en manos de un hombre malo llamado Rudus. Me obligaba a hacer unos movimientos extraños y tontos. Cuando me negaba me hincaba en los costados con un objeto terrible de metal. Aprendí a caminar en dos patas, a levantar la trompa al cielo y trompetear, también aprendí a llorar y a desplazarme diez centímetros a la izquierda y a la derecha.

He vivido en este circo muchos años y claro que he pensado escaparme muchas veces, pero creo que si lo hago me podría ir peor. A lo mejor me atrapan unos cazadores más crueles y me llevan como el espectáculo de comida para los leones o quizá algo peor: que me enseñen a matar como lo hacen los seres humanos. Prefiero quedarme en este circo y pasar mis últimos días contemplando las sonrisas inocentes de los niños, aunque ya he visto que esta inocencia va desapareciendo cuando les empieza a cambiar la voz. Menos mal que hay muchos niños en el mundo y yo soy el único elefante blanco.

FIN

Manuel Urbina
prolector@hotmail.com

viernes, 27 de junio de 2008

EL RESULTADO (un cuento de misterio)

Don Diego salió muy temprano de su casa y en el trayecto, casi frente a la panadería de uno de sus yernos, se le cruzó un gato negro muy flaco y de aspecto enfermizo lo cual no es frecuente en estos animales debido a la historia que todos conocen sobre sus siete vidas y de su espíritu independiente para sobrevivir en diferentes circunstancias.

Don Diego había cumplido, justo hace siete días, los 70 años y se le veía algo fuerte y tranquilo, sobre todo, hoy siete de agosto que era un día especial para él. Miró su reloj Seiko, dorado y sin brillo, que lo había acompañado casi toda la vida: eran las siete de la mañana y siete minutos; no se podría saber cuántos segundos habían transcurrido porque lo único que no funcionaba en aquel reloj era el segundero.

Se dirigía al Hospital de La Virgen de Fátima, pues recibiría su informe de salud debido a unos dolores que últimamente había sentido en la base de la garganta. Don Diego sabía que cuando se tiene 70 años, las enfermedades ya no son pasajeras, sino todo lo contrario, te matan o te acompañan varios años.

Miró nuevamente su viejo reloj e inmediatamente volteó para ver al gato negro, pero éste ya no estaba, parecía que nunca había estado. A pesar de que siempre había dicho que no creía en supercherías como pasar por debajo de una escalera, de no recibir nunca un cuchillo de manos de alguien o levantarse con el pie izquierdo, esta vez la imagen del gato flacuchento le ocasionó algo de angustia.

Don Diego quiso regresar a casa y decirle a Doña Rosita, su eterna compañera y madre de sus siete hijos, que aún no estaban los resultados médicos y que lo habían citado para el siguiente lunes. Quiso creer que todos le creían, pero de pronto se sintió peor que al comienzo porque siempre había detestado las mentiras y decidió ir, de todas maneras, a recoger sus resultados.

Suspiró profundamente al llegar al Hospital de La Virgen de Fátima y se dirigió al consultorio del doctor Meneses que se encontraba al final del pasadizo del segundo piso. Suspiró nuevamente, pero esta vez se dio cuenta de su respiración y comprendió que tenía miedo. La imagen del gato negro se cruzó por su mente y volvió a aparecer una y otra vez. Don Diego pronunció en silencio unas palabras e ingresó al consultorio. La enfermera lo reconoció y lo comunicó con el doctor Meneses.

Afuera la gente caminaba ligeramente como queriendo escapar de la llovizna, nadie tenía las ganas de voltear la cabeza y ver cómo la vida transcurría esa mañana. Don Diego había leído el informe médico y su salud se encontraba en perfectas condiciones; no había nada por qué preocuparse. Quería estallar de alegría, pero la mañana parecía congelada en el tiempo, quiso que todos despertaran y compartan su extraña felicidad.

Al llegar a casa, encontró a sus siete hijos, a sus nueras y yernos, a sus nietos mayores, todos juntos y todos con los ojos invadidos por las lágrimas. Inmediatamente comprendió lo que había pasado. No dijo nada, ni quiso oír nada; se dirigió al cuarto de doña Rosita quien había fallecido esa mañana fría de invierno. Don Diego contempló, con resignación, el rostro blanquecino de su esposa y empezó a rezar.


FIN


Manuel Urbina
prolector@hotmail.com

miércoles, 25 de junio de 2008

LA ÚLTIMA NOCHE DE BOLITA, EL RATÓN VALIENTE

Sombra era una joven gata que vivía en un amplio taller de una carpintería ubicada en un populoso distrito de Lima. Era totalmente negra excepto sus afilados dientes, por eso la llamaron Sombra.

Muy temprano, había capturado a un pequeño ratón y cuando ya se lo iba a comer, el ratón, con el ánimo de salvar su vida, le dijo:

- Si me comes tan temprano y a esta hora del día, no harás honor a tu nombre porque tú te llamas Sombra y eso significa que te gusta la oscuridad, por lo tanto deberías esperar la noche para que me comas.

La gata se rió de la ocurrencia de su víctima y le contestó:

- Me da igual comerte de día o de noche, a plena luz o bajo la sombra, total en cualquier situación tú seguirás siendo el mismo ratón y disfrutaré al comerte.

El ratón miró a la gata Sombra simulando extrañeza y dijo:

- ¡Qué, no sabes que de noche los ratones somos más deliciosos!, por eso la mayoría de los gatos se dedican a la caza durante la oscuridad, me parece muy raro que una gata tan elegante y culta como tú no lo sepa.

La gata soltó al ratón, pero estaba atenta para darle un zarpazo si este se escapaba y acariciándose sus largos bigotes trataba de recordar el sabor de los ratones que había devorado en las últimas noches. Hacía mucho esfuerzo por recordar el sabor de sus víctimas y no recordaba nada especial, entonces, miró al ratón y le habló de esta manera:

- Es verdad que los gatos disfrutamos de la caza de ratones durante la noche porque podemos ver mucho mejor, sin embargo, no recuerdo qué sabor tienen ustedes cuando se oculta el Sol y todo se vuelve oscuro, así que… ¡No te comeré ahora! Te dejaré ir pero antes tendrás que prometerme que regresarás a la medianoche y te dejarás comer.

El animalito contestó:
- ¿Y que pasará si no regreso a la medianoche?

La gata se enfureció y estuvo a punto de comérselo, pero se controló y respondió:

- Tendrás que venir porque de lo contrario te buscaré por todas partes y es posible que antes de encontrarte, me coma a toda tu familia y creo que eso no es lo que quieres, ¿verdad? Antes de que te marches dime tu nombre y, no mientas porque lo lamentarás!

El ratoncito suspiró profundamente al darse cuenta de que en vez de solucionar su problema había complicado más las cosas, sin embargo, respondió:

- Mi nombre es Bolita, y claro que estaré aquí, a la medianoche.

Bolita se escabulló entre unas malezas de granada y se dirigió a su madriguera. Al llegar encontró a sus padres, a sus doce hermanos, a sus cuatro tíos y a unos 25 primos aproximadamente de los más de 350 que tenía. Los miró con tristeza, pero no les dijo absolutamente nada.

Estuvo todo el tiempo pensando en una solución que evite la muerte de sus familiares y la de él, pero siempre terminaba con que había un solo camino: morir y sacrificarse por el bien de su grupo. Mientras pensaba, las horas pasaban y pronto iba a llegar la medianoche, Bolita cogió un imán muy pequeño (de esos que se colocan en las piezas de ajedrez) y se lo tragó de un solo bocado. Se dirigió a la carpintería al encuentro con la gata.

Cuando entró al taller a través de las rendijas del portón, observó la silueta de la gata reflejada en la pared. La luz de la Luna aumentaba la sombra de la gata como en tres veces y Bolita sintió mucho miedo, sin embargo, continuó avanzando hasta llegar a la mesa de cortes, donde permanecía Sombra.

- Veo que eres valiente y cumples tu palabra –dijo la gata-, pero eso no cambia las cosas, te voy a comer de todas maneras y así podré recordar qué sabor tienen los ratones en las noches.

- ¡Alto, -dijo Bolita- no puedes comerme!

- ¡Como que no, -dijo la gata- claro que te voy a comer!

- Si me comes –dijo Bolita- te indigestarás y tendrás fuertes dolores de estómago y tu amo se verá obligado a llevarte al veterinario de la esquina para que te ponga por lo menos cuatro inyecciones en los días siguientes.

- ¡No mientas!, ratón –dijo la gata.

- Mira lo que sucede –respondió Bolita- cuando me arrastro…

Y en ese momento todos los clavitos que estaban tirados por el suelo se pegaron en la panza de Bolita, atraídos por el pequeño imán que se había tragado.

La gata pensó que el ratón se había echado algún tipo de pegamento en su panza y por ello los clavitos se quedaban pegados. Entonces, cogió a Bolita y lo revisó y comprobó que no había ningún truco.

- Si me comes, tendrás fuertes dolores como los tengo yo -dijo Bolita- y los tendrás que soportar durante muchos días, salvo que tu amo te lleve al veterinario y ya sabes eso de las inyecciones… ¡Duele más!

- Entonces, me comeré a toda tu familia –dijo la gata muy molesta.

- No puedes hacerlo -le dijo el ratón- porque yo he venido aquí para cumplir con mi palabra tal como te lo prometí. Si quiere mátame con tus garras, destroza mi cuerpo en pedacitos y déjame tirado como basura, pero por favor, no le hagas nada a mi familia.

La gata se conmovió por las palabras y por la valentía de Bolita y acariciándose sus largos bigotes le dijo:

- Haz cumplido tu palabra y tienes mucha razón… Vete y no vuelvas nunca más a este taller, porque te juro que…

El ratón se fue a su madriguera y desde ese día nadie lo ha vuelto a ver.



FIN

Manuel Urbina
prolector@hotmail.com

martes, 10 de junio de 2008

YA TENGO ACCESO...


Hola a todos mis amigos y visitantes a este blog. Estoy recontra emocionado porque por fin pude tener acceso a esta página. Como formateé mi PC, se me borraron los códigos de acceso, pero ya los pude conseguir nuevamente y espero seguir comunicándome con todos ustedes. Hasta pronto y les envío mi última foto.

Manuel