miércoles, 25 de junio de 2008

LA ÚLTIMA NOCHE DE BOLITA, EL RATÓN VALIENTE

Sombra era una joven gata que vivía en un amplio taller de una carpintería ubicada en un populoso distrito de Lima. Era totalmente negra excepto sus afilados dientes, por eso la llamaron Sombra.

Muy temprano, había capturado a un pequeño ratón y cuando ya se lo iba a comer, el ratón, con el ánimo de salvar su vida, le dijo:

- Si me comes tan temprano y a esta hora del día, no harás honor a tu nombre porque tú te llamas Sombra y eso significa que te gusta la oscuridad, por lo tanto deberías esperar la noche para que me comas.

La gata se rió de la ocurrencia de su víctima y le contestó:

- Me da igual comerte de día o de noche, a plena luz o bajo la sombra, total en cualquier situación tú seguirás siendo el mismo ratón y disfrutaré al comerte.

El ratón miró a la gata Sombra simulando extrañeza y dijo:

- ¡Qué, no sabes que de noche los ratones somos más deliciosos!, por eso la mayoría de los gatos se dedican a la caza durante la oscuridad, me parece muy raro que una gata tan elegante y culta como tú no lo sepa.

La gata soltó al ratón, pero estaba atenta para darle un zarpazo si este se escapaba y acariciándose sus largos bigotes trataba de recordar el sabor de los ratones que había devorado en las últimas noches. Hacía mucho esfuerzo por recordar el sabor de sus víctimas y no recordaba nada especial, entonces, miró al ratón y le habló de esta manera:

- Es verdad que los gatos disfrutamos de la caza de ratones durante la noche porque podemos ver mucho mejor, sin embargo, no recuerdo qué sabor tienen ustedes cuando se oculta el Sol y todo se vuelve oscuro, así que… ¡No te comeré ahora! Te dejaré ir pero antes tendrás que prometerme que regresarás a la medianoche y te dejarás comer.

El animalito contestó:
- ¿Y que pasará si no regreso a la medianoche?

La gata se enfureció y estuvo a punto de comérselo, pero se controló y respondió:

- Tendrás que venir porque de lo contrario te buscaré por todas partes y es posible que antes de encontrarte, me coma a toda tu familia y creo que eso no es lo que quieres, ¿verdad? Antes de que te marches dime tu nombre y, no mientas porque lo lamentarás!

El ratoncito suspiró profundamente al darse cuenta de que en vez de solucionar su problema había complicado más las cosas, sin embargo, respondió:

- Mi nombre es Bolita, y claro que estaré aquí, a la medianoche.

Bolita se escabulló entre unas malezas de granada y se dirigió a su madriguera. Al llegar encontró a sus padres, a sus doce hermanos, a sus cuatro tíos y a unos 25 primos aproximadamente de los más de 350 que tenía. Los miró con tristeza, pero no les dijo absolutamente nada.

Estuvo todo el tiempo pensando en una solución que evite la muerte de sus familiares y la de él, pero siempre terminaba con que había un solo camino: morir y sacrificarse por el bien de su grupo. Mientras pensaba, las horas pasaban y pronto iba a llegar la medianoche, Bolita cogió un imán muy pequeño (de esos que se colocan en las piezas de ajedrez) y se lo tragó de un solo bocado. Se dirigió a la carpintería al encuentro con la gata.

Cuando entró al taller a través de las rendijas del portón, observó la silueta de la gata reflejada en la pared. La luz de la Luna aumentaba la sombra de la gata como en tres veces y Bolita sintió mucho miedo, sin embargo, continuó avanzando hasta llegar a la mesa de cortes, donde permanecía Sombra.

- Veo que eres valiente y cumples tu palabra –dijo la gata-, pero eso no cambia las cosas, te voy a comer de todas maneras y así podré recordar qué sabor tienen los ratones en las noches.

- ¡Alto, -dijo Bolita- no puedes comerme!

- ¡Como que no, -dijo la gata- claro que te voy a comer!

- Si me comes –dijo Bolita- te indigestarás y tendrás fuertes dolores de estómago y tu amo se verá obligado a llevarte al veterinario de la esquina para que te ponga por lo menos cuatro inyecciones en los días siguientes.

- ¡No mientas!, ratón –dijo la gata.

- Mira lo que sucede –respondió Bolita- cuando me arrastro…

Y en ese momento todos los clavitos que estaban tirados por el suelo se pegaron en la panza de Bolita, atraídos por el pequeño imán que se había tragado.

La gata pensó que el ratón se había echado algún tipo de pegamento en su panza y por ello los clavitos se quedaban pegados. Entonces, cogió a Bolita y lo revisó y comprobó que no había ningún truco.

- Si me comes, tendrás fuertes dolores como los tengo yo -dijo Bolita- y los tendrás que soportar durante muchos días, salvo que tu amo te lleve al veterinario y ya sabes eso de las inyecciones… ¡Duele más!

- Entonces, me comeré a toda tu familia –dijo la gata muy molesta.

- No puedes hacerlo -le dijo el ratón- porque yo he venido aquí para cumplir con mi palabra tal como te lo prometí. Si quiere mátame con tus garras, destroza mi cuerpo en pedacitos y déjame tirado como basura, pero por favor, no le hagas nada a mi familia.

La gata se conmovió por las palabras y por la valentía de Bolita y acariciándose sus largos bigotes le dijo:

- Haz cumplido tu palabra y tienes mucha razón… Vete y no vuelvas nunca más a este taller, porque te juro que…

El ratón se fue a su madriguera y desde ese día nadie lo ha vuelto a ver.



FIN

Manuel Urbina
prolector@hotmail.com

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