Desde hace bastante tiempo, posiblemente a partir de la creación de las primeras iglesias evangélicas en norteamérica, muchos estadounidenses libran una peculiar cruzada contra la inmoralidad, el pecado, la corrupción de las costumbres, el ateísmo, el comunismo... Bien mirado, parece que quedan pocas cosas a las que no se opongan estos mesiánicos adoctrinadores amantes de las fiestas del tupperware y de la comida rápida. La educación de los niños es para ellos un tema especialmente delicado, quizá porque creen que a tan temprana edad no es posible desarrollar ningún tipo de pensamiento elaborado, y que durante la infancia lo único que se hace es repetir como loros conductas que se observan en el entorno. Guiados por este tan alto concepto de la niñez, atacan con virulencia cualquier libro que se ponga por medio, cualquiera, repito, con las más variadas de las excusas: vocabulario obsceno (la palabra "culo", por ejemplo), exceso de violencia (un niño le pega una bofetada a otro), inmoralidad (un personaje femenino con minifalda), vulgaridad (un pesonaje apático, o triste). Los ejemplos que cito no son en absoluto de mi cosecha, son citas textuales de protestas que se han producido en diversos colegios y municipios estadounidenses.
Quizá el caso más llamativo sea la calificación "S" de la lectura de la Biblia en algunos colegios, porque "contiene palabras e historias inapropiadas para niños de cualquier edad" (1992, Pasadena), o también por ser "obscena y pornográfica". Sin embargo, son innumerables, e igualmente ridículos, los casos en los que estos adalides de la nueva pedagogía han levantado la voz, cuando no alguno de los objetos que tienden a utilizar ante el más mínimo obstáculo, para pedir la prohibición (cuando no la quema) de determinados libros.
Entre las lecturas clásicas, encontramos, por ejemplo, que los cuentos de los hermanos Grimm fueron prohibidos a los alumnos de un colegio de Arizona, por su excesiva violencia, negativo tratamiento de personajes femeninos y connotaciones anti-semíticas. Los cuentos de Canterbury fueron también objeto de la ira integrista (Illinois, 1995), y fueron retirados de una escuela porque algunos padres consideraban que el contenido sexual de algunos pasajes no era apropiado para los alumnos. Los mismos argumentos que se utilizaron para descalificar El diario de Anna Krank en Virginia (1982). Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, "profana el nombre de Dios" (Florida, 1982). En la misma línea encontramos que 1984, de George Orwell, es una apología del comunismo (quién se lo iba a decir al autor, que incluso colaboró en la denuncia y persecución de militantes de izquierdas) y contiene escenas de sexo explícito. En los años 20 y 30, en las dictaduras alemana e italiana (para que no se diga que sólo vemos la paja en el ojo ajeno) fue prohibido La llamada de lo salvaje, de Jack London, por ser demasiado "extremista", e incluso fue uno de los libros quemados por los nazis. ¿No hay un cierto paralelismo entre la actitud de aquellos y los "defensores de la moralidad" de nuestros días? También en otra dictadura, en este caso la sudafricana, en tiempos del apartheid, se retiró del mercado Frankenstein, por "indecente, objetable y obsceno".
Uno de los casos más absurdos e irrisorios que se han dado en la literatura infantil es la retirada de "En la cocina de noche", de Maurice Sendak, de una biblioteca pública de Texas (1994), porque "el niño que aparece en las ilustraciones no lleva ropa y se le ven sus partes íntimas". La maravillosa medicina de Jorge fue retirado en Vancoucer (1995) porque el protagonista del cuento utiliza productos habituales en cualquier casa para preparar un brebaje. Las Brujas también fue tildado de apología de la hechizería y el satanismo.
Respecto al tema de la brujería y la magia, elementos tan presentes en los cuentos infantiles, los cruzados de la moralidad mantienen una postura totalmente rígida y represora: Harry Potter, el libro que ha seducido a millones de lectores en todo el mundo, es para ellos lo que Bill Gates para los informáticos, la personificación del mismísimo diablo. El hecho de que el personaje creado por J.K. Rowling haya obtenido un diploma en la escuela de brujería y magia, y que además sea el alumno más avanzado de la clase, constituye para esta gente un peligro, ya que los niños pueden entender que se recompensa la práctica de la hechicería con buenas notas y felicitaciones escolares. Es tan literal su concepción de la literatura, que Mark Filiatreau, uno de estos sujetos, ha llegado a afirmar que "Todo comienza con la imaginación", y también que "A medida que nuestros hijos van avanzando en los cursos escolares, pueden encontrarse con la oportunidad de explorar e investigar el mundo de la brujería y el satanismo. Harry Potter puede fácilmente ser un puente "imaginativo" que una estos dos peligrosos elementos".
¡Pero si hasta han llegado a prohibir el diccionario Webster's porque recogía términos que podían resultar ofensivos para los estudiantes! Pero, ¿cuáles son entonces los libros que recomiendan leer a sus hijos? Pues sí, lo que estáis imaginando, folletines baratos que podrían ser calificados de apología del integrismo religioso: niñas que descubren la fe en Dios paseando por verdes prados, niños traviesos que arden en las llamas del infierno, etc. Podéis suponer lo que sigue.
No obstante, y para ser justos y objetivos, también hemos de tener en cuenta que este afán censor y controlador no viene sólo de los grupos religiosos evangélicos norteamericanos. En el otro polo tenemos a los radicales defensores de la igualdad de las razas o del feminismo militante, que lograron prohibir en algunos colegios la lectura de "La cabaña del tío Tom" o "Huckelberry Finn", e incluso "Dr. Dolittle" porque en sus páginas podíamos encontrar expresiones que podrían ofender a minorías étnicas. Evidentemente estos comportamientos son igualmente condenables, y de hecho suponen un lastre para todo aquello que pretenden defender, pero creo que resulta menos peligroso pasarse de tolerante que de intransigente.
Lo peor de todo es que no estamos hablando en pasado, sino en el más estricto presente. Basta abrir los periódicos para ver a esta misma gente acribillando a balazos clínicas abortistas o pegando a sus hijos. Pero si algo hemos aprendido, de nuestros padres y de nosotros mismos, es que la letra, con sangre no entra. Y si leer a Twain, a Sendak o a Roald Dahl es pecado mortal, espero pasarme todo a eternidad en el infierno.
Escrito por Pablo Cruz
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