El profesor Fernández, después de una hora, encontró un hermoso cuento en internet y pensó que sus alumnos disfrutarían, al igual que él, la lectura de aquella historia.
Anteriormente les había llevado las fotocopias -que él pagaba con su propio dinero- de otros cuentos que había "bajado" de la red y había visto que sus alumnos quedaban contentos y satisfechos con el cuento y con las actividades que acompañaban a la lectura.
Solo que esta vez el cuento que había seleccionado tenía 2016 palabras y su formato original era de seis páginas, 124 párrafos y 216 líneas. Normalmente solía bajar cuentos que no pasaban de 800 palabras y las imprimía en dos páginas de una misma hoja. Esta vez, el profesor Fernández pensó en el presupuesto que le significaría fotocopiar todo el material y, entonces, optó por editar todo el cuento que estaba en su computadora. Puso en negritas todo el texto y buscó las letras más pequeñas y lo redujo a su mínima expresión, de tal manera que las 2016 palabras cupieron en dos páginas.
Los niños recibieron las fotocopias del cuento La hormiga haragana, de Horacio Quiroga, y empezaron a leerlo. El profesor Fernández observó que a los pocos minutos, unos alumnos dejaban de leer y buscaban conversación entre ellos, otros movían la cabeza como si la lectura les provocase una jaqueca o aburrimiento. Esta situación era completamente inusual ya que en otras ocasiones los chicos se sumergían en la lectura y no se detenían hasta terminarla.
El buen profesor estaba sorprendido por la actitud que adoptaban sus pequeños alumnos y trató de encontrar la causa. Se hizo muchas preguntas hasta que creyó haber encontrado la razón por la que los alumnos se negaban a leer este interesantísimo cuento.
Mandó a detener inmediatamente la lectura y los alumnos suspiraron de felicidad. Recogió todas las hojas impresas y él mismo se dio la tarea de leerles el cuento, sin embargo, le costaba leer las palabras porque eran tan pequeñitas y, además, con un interlineado simple. A los pocos minutos, tomó una decisión: no seguiría leyendo y esa lectura quedaba suspendida hasta la siguiente clase.
El profesor Fernández pudo comprobar su hipótesis: los alumnos se negaban a leer porque el texto carecía de legibilidad. Necesitaba restituirlo a su tamaño original y editó, nuevamente, el cuento. Utilizó como fuente el tipo de letra "arial" tamaño 12 e hizo un interlineado de 1.5; inmediatamente tuvo 6 páginas que imprimó y mandó a fotocopiar para sus veinticinco alumnos. Pagó s/. 7.50 -otra vez de su bolsillo- y se preparó para la clase del día siguiente.
Esta vez los alumnos, quedaron sorprendidos porque nunca antes habían leído un cuento de seis páginas y les parecía mucho. Reconocieron el cuento e inmediatamente empezaron a leer. El profesor Fernández vio, con mucha tranquilidad, que todo volvía a ser como antes.
El cuento fue de agrado total y pudo realizar satisfactoriamente todas las actividades que había preparado en su sesión de clases.
Al terminar la clase, se dirigió al despacho del director y le contó lo que había ocurrido en sus dos últimas clases. A la siguiente semana, el colegio adquirió una fotocopiadora Minolta modelo 3050.
FIN
Gracias por leer
Manuel Urbina
1 comentario:
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