miércoles, 27 de febrero de 2008

Harry Potter, el libro que no crea lectores

Las estadísticas confirman que los niños de EEUU dejan de consumir literatura hoy igual que antes de existir la saga del mago.

La última entrega de Harry Potter llega a las librerías, traducido al castellano, el 21 de febrero y antes de que acabe ya se ha descubierto que se trata de un fracaso. Un fracaso, no obstante, que no tiene nada que ver con las intenciones literarias de J.K. Rowling ni con las andanzas del aprendiz de mago.

Antes de su publicación ya se ha concluido que un fenómeno global que ha vendido 325 millones de ejemplares no ha hecho nada para crear lectores a largo plazo. Según la NEA, organismo público encargado de financiar las artes en los EEUU, los niños abandonan la lectura conforme se hacen adolescentes y más de la mitad de los adultos no abre una novela en todo el año. El Centro Nacional de Estadísticas Educativas de los EEUU confirma que los adolescentes dejan de leer en la misma medida en que lo hacían en 1998, cuando apareció la primera parte en ese país. Y los periódicos de Nueva York, San Francisco, Washington, Boston aparentemente se pusieron de acuerdo para destacar que nada ha cambiado tras la aparición de Harry Potter y la piedra filosofal. La gente deja de leer. Aquí, allí y allá se recuerda que el roce de dicha piedra no ha transformado a toda una generación de niños en ratones de biblioteca.

Harold Bloom estará sin duda satisfecho. El gran crítico estadounidense lanzó una famosa diatriba contra Rowling desde el Wall Street Journal en 2000. Lo único bueno que hallaba en el libro era que alejaba a sus fans de la pantalla por un momento. Lamentaba que todos esos pequeños lectores perdieran el tiempo con lecturas que no los conducirían a "placeres más complejos". La única forma de leer Harry Potter era "muy rápido", para acabarlo cuanto antes.
Tal vez por esto la propia editorial estadounidenses esgrime cifras, citadas por el New York Times, según las cuales de 500 menores de 5 a 17 años la mitad no había leído libros para divertirse ante de conocer a Harry Potter y el 75% afirmaba su disposición a leer más libros de otros autores gracias a Rowling.

No deja de resultar interesante tanto interés en determinar cuáles son los efectos a largo plazo de leer historias sobre gente que no existe. A fin de cuentas los adultos dedican la mayor parte de su tiempo a asimilar otro tipo de información. Sin embargo, toda una clase social ve en la lectura de la saga de Harry Potter un síntoma (uno más) de si sus hijos van o no por el buen camino. Dentro del ambiente de extraordinaria competitividad académica de los EE.UU., los padres buscan desarrollar hábitos de lectura que conduzcan a sus hijos a las mejores universidades. Se percibe la lectura como una herramienta, una forma de desarrollar habilidades cognitivas que permitan moverse en el jerarquizado sistema educativo. Eso es lo que explica que para muchos padres la asegurar la lectura de Harry Potter sea una responsabilidad tan grande como el que escuche a Mozart a una embarazada. En las escuelas los padres les mencionan a los maestros que su hijo de seis años ya lee a Harry Potter; si increíblemente no es así ya se encargan ellos de hacerlo en voz alta. Algún día se verán obligados a pasar a los "placeres más complejos" que menciona Bloom, es decir, los libros del canon asignados en los cursos obligatorios de literatura en la secundaria y la universidad. Y es preciso que esos hijos de profesionales suburbanos sean capaces de leer ficción de forma eficiente.

Lástima que parezca que esta varita mágica no funciona. Se desvanece un mito inspirado por las necesidades de toda un generación de padres de futuros licenciados de Harvard. Ya se sabe que el consumo del cannabis lleva al de la heroína, el comer pan a querer untarle mantequilla, la lectura de Los robinsones suizos a la de Nostromo. Un libro infantil que no consiga esto último es, obviamente, un fracaso, y eso es lo que se ha decidido al menos con la saga de Harry Potter. Por ello alguien debería dar gracias porque un libro, siete de hecho, ya no tenga la responsabilidad de una puerta a nada y pueda ser ahora simplemente un placer, un placer que no ha necesariamente de consumirse rápido. No hay prisa por terminar.


Antonio Córdoba (www.adn.es)

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